En todas las etapas de nuestra vida, nosotras, Hermanas Misioneras Nuestra Señora de los Apóstoles, sacamos nuestras fuerzas de la contemplación y nos dejamos modelar por la Palabra de Dios, encarnada en la historia de hoy.
Como mujeres apóstoles, en este tercer milenio, vamos más allá de las fronteras geográficas y de religiones para proclamar con audacia a Cristo muerto y resucitado en un mundo pluricultural que "gime con dolores de parto".
Somos fermento de esperanza en éste mundo en búsqueda de puntos de referencia y de Absoluto.
Nuestras comunidades interculturales están abiertas a la novedad del Espíritu.
El nos invita a convertir, incesantemente, nuestros métodos de evangelización y nuestros modos de presencia.
En fidelidad creadora a nuestro carisma, trabajamos en la primera evangelización. Con respeto, recibimos la verdad del otro y colaboramos activamente en la inculturación del evangelio.
Permanecemos atentas a la dimensión misionera de la Iglesia local. Aceptamos dejar nuestras seguridades y lugares privilegiados de apostolado para ir hacia los nuevos terrenos que tienen una necesidad urgente de testigos del evangelio.
Vivimos una solidaridad efectiva con los pobres, especialmente con las mujeres y con los marginados de nuestras sociedades contemporáneas.
En comunión con otros, nos comprometemos en acciones no violentas por la justicia, la paz y la integridad de la creación.
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