domingo, 31 de mayo de 2015

LA MISION AYER Y HOY: DESDE QUEBEC A BURKINA FASO. EXPERIENCIA MISIONERA DE LA HNA. MICHELLE LAPILLONE

Después de una experiencia misionera de 9 años en Québec, fui enviada en misión a Burkina Faso, que en ese entonces (1975) se llamaba Alto Volta.
Algunas personas me decían: "Qué cambio! podrás acostumbrarte?"
Sí, logré acostumbrarme! Los 25 años que pasé allí fueron los más hermosos de mi vida misionera!

DIABO era un pueblo grande, en el interior de Burkina Faso. Tenía una comunidad cristiana ya establecida. Al lado de la iglesia, se encontraba la casa de los Misioneros Redentoristas, un monasterio de Monjas Redentoristas y nuestra comunidad de Hermanas misioneras nsa. En ese entonces éramos cuatro Hermanas nsa: Marthe Aubret, Carla Rusconi, Marie Marthe Ouellet y yo misma.
Dos Hermanas trabajaban en el dispensario, que después de algunos años se confió totalmente a enfermeras africanas.
La escuela primaria acogía los niños y niñas de Diabo y de las aldeas cercanas, que a veces recorrían varios km. para llegar.
Aparte de los alumnos y alumnas, del personal de la escuela y otros empleados del gobierno, muy poca gente hablaba francés. Por eso la importancia de lanzarse en la aventura de estudiar el idioma local. Teníamos suerte, porque el "Mooré", había sido estudiado por los primeros misioneros: los Padres Blancos. Había entonces, algunos libros e incluso un diccionario, que facilitaban el aprendizaje. Pasé seis meses en un Centro, donde éramos doce nuevos misioneros/as en el país. Había un ambiente de estudio, pero de mucha fraternidad. Allí aprendí los elementos indispensables para desenvolverme más o menos bien, para comprender y expresarme en Mooré.
En el Centro de Diabo, dábamos catequesis a numerosos niños y niñas escolarizados o no, con la ayuda de los papás y mamás catequistas que formábamos y acompañábamos.
También teníamos numerosas aldeas a cargo, para la animación pastoral.

Me acuerdo particularmente de ZONATENGA, donde cada semana, me quedaba dos días con ellos. Realizábamos varias actividades: la catequesis era dada por algunas mamás que reunían sus grupos a la sombre de algún árbol. En general, los niños permanecía atentos a las enseñanzas. Catherine, por quien sentía un gran cariño, no sabía leer. Entonces, yo leía y le explicaba el contenido del encuentro de catequesis. Ella retenía lo esencial para transmitirlo a los niños y niñas. Su fe y su buen corazón hacían el resto.
El Catequista permanente era el alma y animador de la aldea. El aseguraba las celebraciones de oración y la catequesis de los catecúmenos adultos. 
Compartía mucho con él y su esposa sobre la vida de la aldea e íbamos a visitar algunas familias, o a los enfermos. Cenábamos juntos, a la luz del fuego del brasero. 
Las noches al claro de la luna, eran una verdadera fiesta. Los adultos se reunían y los más pequeños bailaban, cantaban, era una gran familia feliz de estar reunida. Después de la oración, nos dispersábamos cada uno a su casa.
Yo iba a la casa del catequista y su esposa. La noche resultaba corta, porque desde las 4 hs o 5 hs, ya escuchaba a las mujeres que iban a buscar agua en el aljibe. Cada una de ellas quería llenar su balde antes que el agua se termine, lo que desgraciadamente, sucedía muy pronto. 
Yo evitaba tomar éste agua. En cuanto a la ducha, era al día siguiente, cuando regresaba a casa!
Toda la mañana estaba ocupada por la PMI: Protección materna e infantil. Con la ayuda de algunas mamás, que ya tenían su rol bien definido, controlábamos el peso de los niños y niñas y dábamos una formación muy básica sobre el cuidado y la higiene de los bebés.  

Más tarde, algunas mujeres y jovencitas venían para aprender a coser: las batitas y pantaloncitos para bebés era lo que preferían aprender.
Kayaba era una leprosa que no faltaba nunca. Ella permanecía sentada observando trabajar al grupo. Un día le dije: "Kayaba, todas las mujeres trabajan y vos no haces nada?" Entonces ella me mostró sus manos: había perdido sus dedos a causa de la enfermedad, sólo tenía muñones y la mitad del pulgar derecho. "Ya lo sé, Kayaba, pero vamos a intentar!" Le dí una aguja enebrada, que tomó entre su pulgar y la palma de la mano, y logró hacer algunas puntadas. "Ah!!, me dijo, puedo coser!!"..Y cada semana Kayaba estaba allí, uniendo las distintas partes de una camisita que ya habíamos preparado previamente para ella. No era la alta costura, pero qué alegría y qué orgullo para ésta mujer, que sentía que podía hacer lo mismo que las demás!

En esa aldea, no había escuela, pero algunos jóvenes deseaban aprender a leer, al menos en su propia lengua. Entonces, me animé a enseñarles! La fuerza de voluntad de aquellos jóvenes era enorme. Aprendieron rápido, en sólo algunos meses, eran capaces de leer correctamente. Había que ver su orgullo!...y también el mío, el día en que el sacerdote fue a celebrar la misa en la aldea y ellos tomaron el libro de cantos y cantaron todas las estrofas de las canciones, cosa antes, no podían!

Estas son algunas de las cosas simples que viví durante muchos años, compartiendo la vida y la amistad, gracias a lo que, no dudo, crecía el Reino de Dios!

Desde entonces, muchas cosas cambiaron:
Las perforaciones para hacer pozos, permitieron poner el agua al alcance de todos. 
Todas las aldeas de los alrededores de Diabo, tienen su propia escuela primaria.
El centro de Diabo, cuenta con corriente eléctrica! Qué lujo! Y yo me alegro tanto!!..

Testimonio recogido por la Hermana Christiana Roussey, nsa



Traducido del Boletín de las Hnas. nsa de Francia: "France Horizon", diciembre 2014.

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