lunes, 1 de noviembre de 2010

La santidad

Ser santo es seguir siendo
una persona normal y corriente,
que siente la insatisfacción
que produce una visión del mundo,
donde los hombres aceptan
como necesidad el tener mucho dinero.

Ser santo es sentir la preocupación
del desempleo, del paro, y solidarizarse
con quienes lo sufren para paliar su necesidad;
y trabajar para que los responsables
tengan una mentalidad menos lucrativa y más social.

Ser santo es ofrecer nuestra amistad
a quien se encuentra solo,
ser capaz de temblar cuando descubrimos
la incomunicación que nuestro mundo
masificado nos transmite,
y contagia a través de sus aparatos.

Ser santo es no aceptar la violencia
a la que nos lleva la competencia,
el odio que despierta en nosotros
la separación de los hombres con
barreras económicas, sociales,
religiosas, raciales, nacionales.

Ser santo es buscar la superación
de todas las situaciones negativas
que producen sufrimiento en los hombres.

Ser santo es saberse hijo de Dios,
llamar con la vida, no con la lengua,
a Dios como Padre, lo que significa
querer estrechar con los hombres
unos lazos mayores de hermandad para,
todos juntos, poder invocarlo como Padre.

Ser santo es vivir con la limpieza
de corazón suficiente, como para caminar
por la vida sin segundas intenciones,
ofreciendo sinceridad y confianza.

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