La Hna. Paula Mourad, Hna. nsa libanesa, profesora en el
colegio nsa de Kab Elìas, nos cuenta sobre el sufrimiento al que es confrontado
su país con los refugiados que llegan de todas partes.
“Se levantará nación
contra nación, reino contra reino… (Mateo 27,7)
Y cuando las naciones se levantan unas contra otras, el
resultado da muchas víctimas, heridos, desplazados, orfelinos…
El Líbano se esfuerza para disminuir las penas y las miserias
de aquellos que quieren huir de la muerte y las persecuciones, y cuyo número
supera el el cuarto de la población libanesa!
Lamentablemente, nuestro país está fuertemente endeudado, y
las ayudas que ofrece nos recuerda la ofrenda de la viuda pobre del Evangelio
(Marcos 12,41-44)
Y si hablamos de nuestra situación en Kab Elìas, todos los
impuestos que se pagan son destinados a ayudar a los refugiados sirios que son
unas 30 000 personas, mientras que en Kab Elìas somos 45 000 habitantes! Las
ayudas consisten en provisiones de
alimentos, una suma de dinero a cada miembro de la familia, escuelas gratuitas
con trasporte, vestimenta, combustible para calentarse, carpas después de haber
llenado todas las casas…
Pero los pobres, las viudas, los huérfanos, los ancianos de
la región son las víctimas de ésta situación, pues todas las ayudas que estaban
destinadas a ellos, ahora son dadas a los refugiados sirios.
¿Y los iraquíes que tuvieron que huir de su país a causa de
las persecuciones y del fanatismo islámico?
Ellos están allí, y esperan que algunos países sean
caritativos y los reciban porque Líbano ya no puede contenerlos…
Estos refugiados que perdieron sus casas, trabajo, escuela,
dignidad, se encuentran hoy arrojados entre las fronteras de los países, por no
haber aceptado renegar su fe en JESUCRISTO, SU DIOS…
Los alumnos del colegio nsa, con las Hermanas y los
profesores les procuran alimentos, sábanas y un tiempo para escucharlos y
consolarlos…
Delante de todas éstas situaciones tan tristes, sólo nos
surge una pregunta: “¿Con qué derecho se comenten todas estas injusticias…?” y
un grito surge en nuestros labios: “¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven sin tardar a secar
toda lágrima de nuestros ojos!”
Hna. Paula Mourad, nsa, Lìbano.
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