El 3 de marzo del 2015,en tres aldeas del distrito de Kahama, en Shinyanga, región de Noroeste de Tanzania, mientras sus habitantes dormían, una terrible y sorpresiva tormenta con fuertes ráfagas de viento y lluvia,  asoló la región, sembrando destrucción en las tres aldeas: Numbi, Mwagugun y Mwakata. El saldo fue de 42 personas que perdieron la vida, en su mayoría niños (que descansen en paz!), 91 heridos y numerosas casas derrumbadas, granjas destruídas, dejando a la gente sin casa y sin alimentos.
La aldea de Mwakata fue el epicentro, con más de 160 casas afectadas. Las familias fueron trasladadas a la escuela primaria, donde se les dio abrigo. El gobierno envió urgente, la ayuda humanitaria a las 900 víctimas de las inundaciones.
El jueves 12 de marzo del 2015, fuimos con Mirna y Nisrine (las dos postulantes libanesas) a la Mwakata, con la esperanza de sumarnos a la ayuda humanitaria. El centro de distribución fue bien organizado por los líderes del gobierno y nos dieron tres líderes para ayudarnos en la distribución de la ropa y alimentos que habíamos llevado.
Una de las líderes se conmovió mucho al ver el dolor de quienes perdieron a sus niños en ésta horrible tormenta.Ella nos decía que los que realmente sufren necesidades aún no se acercaron al Centro y que sería necesario salir a buscarlos. Caminamos por algunos senderos y encontramos un hombre llamado Makanda. El nos mostró la tumba de sus cinco hijos y lo que quedaba de su casa. Perdió todos sus hijos. Su esposa estaba tan triste que no quiso salir a nuestro encuentro. 
"Igual que explota una pelota muy llena de aire, de la misma manera, una persona llena de tristeza, acaba por romperse. Se fractura como un hueso. Estalla como un vidrio. Se rompe como un elástico" (Anoosha Lalani, "The Keepers") 
Ellos no fueron a refugiarse en la escuela porque querían permanecer cerca de la tumba de sus niños. El dolor y el sufrimiento era como un puñal. Nos quedamos con ellos, sentadas, en silencio, mientras los líderes distribuían los alimentos.
Continuamos caminando y llegamos a una casa totalmente destruída. Allí estaba Madahu y su amigo, sentados bajo un pedazo de plástico que los protegía. Él perdió a su esposa y a sus seis hijos. Nos mostró dónde habían muerto. El decidió irse y regresar a la mañana siguiente. Seguidamente, fuimos hasta las tumbas, para rezar con él. Las cruces hechas con ramas de árboles, marcan las tumbas donde reposan sus seres queridos.
Otro camino que tomamos nos condujo más al interior de la aldea, y nos encontramos con más tumbas.
Encontramos también un matrimonio de ancianos con su nieto. Ellos perdieron a sus cuatro hijos. Tres de sus hijos concurrían al colegio secundario local. Nos mostraron a su único nieto: un pequeño de dos años, que dormía a la intemperie, ignorando todo el sufrimiento que lo rodeaba. 
Y la vida continúa. Pero es extraño y cruel cuando los niños mueren y los sueños de los padres quedan rotos.
Volvimos al refugio de la escuela, y vimos a centenas de personas precipitándose sobre nuestro auto, cuando escucharon que alimentos para ser distribuídos.
Camino a casa, viajamos en silencio, cada una de nosotras estaba conmovida por la tragedia y nos preguntábamos si acaso pudimos llevar la compasión de Dios a nuestro pueblo.
Fue una experiencia dolorosa, y la compartimos con ustedes. Contamos con su oración y solidaridad por nuestro pueblo.
                                          Hermanas Cassie Hurley y Kate Costigan, nsa
Traducido del boletín "El Puente", del Consejo General de las Hermanas nsa, mayo 2015.
 
 
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