sábado, 7 de enero de 2017

CARLOS, EL HERMANO, EL AMIGO

La muerte de Carlos de Foucauld, el 1 de diciembre de 1916, hace exactamente 100 años, contribuyó de manera importante, a forjar el ícono de un ermita perdido en las arenas del desierto. Con el paso del tiempo, se pudo ver una imagen mucho más compleja, más bella y más humana de Carlos de Foucauld.
Lejos de la inmovilidad de un ícono, el testimonio de Carlos es ante todo, una trayectoria de tomas de conciencia, de conversiones sucesivas.
Es en ese punto que él se nos hace cercano y continúa hablando a los corazones de tantas personas.

Hay muchas maneras de leer la vida de Carlos, pues es tan profunda e inagotable.
Podemos adherir a la conversión radical de éste hombre con ideales equívocos que ahogaba su falta de gusto por la vida, en las fiestas que ofrecía a sus amigos de la escuela de oficiales.
Podemos desear seguir a éste hombre en búsqueda del último lugar y de la vida escondida de Jesús en Nazaret. Finalmente, habiendo aceptado ser ordenado sacerdote, podríamos ser conmovidos por su ardor misionero y su preocupación por ir hacia los más alejados del anuncio evangélico, hasta los confines del Sahara francés de aquella época.
Podríamos también ser atraídos por su titanesca actividad científica marcada por la redacción del primer diccionario del idioma de los tuaregs y la colección de miles de versos, que hasta ese momento sólo pertenecián a una cultura oral.

Entre las claves de lectura de la vida de Carlos, está la de la amistad. Ella marca su vida desde la infancia hasta el momento de su muerte.
El pseudo ermita del desierto, mantuvo durante su vida, una corespondencia considerable (6000 cartas fueron encontradas, muchas otras se perdieron) sobre todo con su  muy querida prima, Marie de Bondy, y el Padre Huvelein, su padre en la fe y su mejor amigo.
Una aproximación demasiado rápida a la vida de Carlos en Tamanrasset podría mostrar su relación con los tuaregs como un parche ante las imposibilidad de anunciar explícitamente el Evangelio. Tal vez Charles lo vivió así cuando recién llegaba. Cuando se pone en la tarea de armar un rudimento de gramática y de léxico destinados a permitir a hipotéticos misioneros, llegar para el anuncio del Evangelio, en un sentido único, sin nada esperar ni aprender de "los pobres de la tierra".
Sin embargo, más tarde, Carlos descubrirá hombres y mujeres, ciertamente ignorados por los franceses de la alta sociedad de ese momento, pero enraizados en una tradición, en una cultura, en una religión con la que él se apasionará, al punto de sacrificar horas y horas de oración, y se acusaba de ello!
Se establecerá entre él y ellos, esa relación de alteridad y de reciprocidad propia de la amistad.

Es entonces, y sólo entonces, que él se transformará en el hermano universal que él tanto aspira lograr.
Ésta amistad ofrecida a todos, sin considerar su pertenencia religiosa, étnica o nacional, es la marca de fábrica propia de la fraternidad de los discípulos de Cristo.
Una fraternidad que no está fundada en una común pertenencia humana sino que se recibe de una amistad, que es el espejo en el que podemos reconocer en cada persona, el reflejo de un único Creador.  Ésta amistad fraterna o ésta fraternidad universal, a la que se entregó Carlos hasta el riesgo de morir por ella, lo convierte en un gran testigo de ésta fraternidad cristiana, a la que somos llamados por Aquel que dijo a sus Apóstoles: "No hay mayor amor que dar la vida por sus amigos."

Al igual que otros testigos importantes, como por ejemplo, los monjes de Tibhirine, o Monseñor Pierre de Claverie, la muerte de Carlos de Foucauld no tiene valor en sí misma. Sino que resalta el logro de una vida, de la que Carlos, el hermano universal, no pudo imaginar la inmensa fecundidad.

De igual modo, más cerca de nosotros, en Francia, la muerte del Padre Jacques Hamel, no dice nada en sí mismo, sino que pone en evidencia la ceguera de sus asesinos. Pone de manifiesto la belleza y la fidelidad de la vida de un humilde sacerdote, entregada hasta el final, en el seguimiento de su Señor.

Ojalá que éste nuevo año esté marcado por el sello de la amistad fraterna o fraternidad universal, que reconoce en cada una de las personas, un hermano, una hermana en humanidad.

Feliz año para todos!

                                            Padre Jean-Paul Vesco, op


Artículo traducido del boletín "Le Lien", nº 403, noviembre-diciembre 2016 de la diócesis de Orán, Argelia.

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