La MANSEDUMBRE evangélica, presente en la tercera Bienaventuranza (Mateo 5,5) es una virtud que no sólo tiene una dimensión ética, como ocurría en el mundo griego, sino que se revela como un don divino, capaz de florecer en el corazón del creyente como amor por el otro, perdón, rechazo de la violencia, confianza en el juicio de Dios.
Por
lo tanto, podemos asumir todos los sinónimos que en nuestro vocabulario, acompañan a la
mansedumbre, por los cuales la persona mansa es
paciente, benigna, benévola, dócil, buena, dulce, mansa, clemente, afable,
humana y amable dentro de una sociedad cruel, dura, despiadada.
Sin embargo, la
mansedumbre evangélica no es otra cosa que la "pobreza en el espíritu"
de la primera bienaventuranza, atrapada en su connotación de gozosa
adhesión a la voluntad y a la ley divina.
El modelo sigue
siendo el mismo Cristo que describe la mansedumbre como su cualidad
distintiva y fuente de imitación para el discípulo: "Aprendan de mí que
soy manso y humilde de corazón". (Mateo 11, 29).Y continúa con una cita del profeta Jeremías (6,6): "Entonces, encontrarán descanso para sus almas".
El autorretrato
de Jesús se repite en el evento mesiánico de entrada a Jerusalén donde se hace referencia al profeta Zacarías (9.9): "Dile a la hija de Sion: He
aquí, tu rey viene a ti, manso, sentado sobre un burro" (Mateo 21, 5).
En
este famoso pasaje, el profeta describe al Mesías no como un
guerrero victorioso o como un líder real lanzado para la conquista, sino
más bien como el Siervo obediente a Dios y misericordioso con los
hombres. Cristo no asume, por lo tanto, el atuendo
de un gobernante y ni siquiera de un sacerdote aristocrático y
glorioso, tampoco tiene el perfil de un profeta incendiario.
Sus
conciudadanos permanecerán, de hecho, desconcertados, recordando su
modesto registro social: "¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre
no se llama María? Y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿y sus hermanas no están todas aquí?" (Mateo 13, 55-56)
El premio por
los mansos se expresa mediante un salmo, según el cual
"los pobres heredarán la tierra y disfrutarán de una gran paz". (Salmo 37, 11).
"Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra". El
símbolo del legado de la "tierra" normalmente se aplica a la tierra de
Israel, la tierra prometida, sede de la historia y la vida libre del
pueblo hebreo bíblico.
Esta realidad, de hecho, era mucho más que una simple expresión topográfica. Como
ya se dijo, para el Antiguo Testamento, ya era un símbolo de plenitud
tanto así que recibió descripciones destinadas a superar el mero dato
geopolítico: "Tierra buena y hermosa, tierra de arroyos, fuentes y aguas
subterráneas, fluyendo hacia la llanura y de las
montañas, tierra de trigo, cebada, viñas, higos y granadas, tierra de
olivos, aceite y miel, tierra donde no te faltará el pan, donde no te faltará
nada, donde la tierra y las piedras son de hierro y de cuyas montañas extraerás el cobre "(Deuteronomio 8, 7-9)
Es por eso que
podemos decir que Jesús piensa en la tierra bíblica pero obviamente, como símbolo de plenitud. La Tierra Santa geográfica adquiere
así un valor trascendente, con vistas a un futuro perfecto donde el
espacio territorial de la Jerusalén celestial se integrará en la "nueva
tierra porque el cielo y la tierra de antes han desaparecido "(Ap 21,1).
Mientras los poderosos amplían su herencia poseída con violencia y opresión, los mansos, que no prevalecen y no exigen espacios grandiosos a los empujones, serán recibidos por Dios en la tierra renovada que es su
creación y su legítima posesión.
Desafortunadamente,
en contraste con la mansedumbre, permanece la oscura fascinación que
ejerce el monstruo de la violencia sobre el hombre, incluso en la forma
de ese vicio capital, que es la ira.
Es lo que brillantemente representó un autor irónico como Achille Camanile, en su "Vidas de hombres ilustres" (1975).
Puso en la boca
de un Sócrates imaginario este consejo malicioso, y otros más: "Quien tiene la razón no suele gritar, no arroja
objetos, sino que deja que la razón se imponga ... En
cambio, son acaso una broma los resultados que obtiene uno que, sabiendo
que está equivocado y que no puede recurrir a otros argumentos, arroja objetos, grita, amenaza, luego cierra la puerta y se va? Muy respetado! Temido."
Todos tropezamos
con escenas similares a la esbozada por el escritor romano, proagonizadas por personas autoritarias y descaradamente equivocadas: debemos
admitir amargamente que pueden generar respeto e incluso dejar la
sospecha de que, en el fondo, tienen un poco de razón...
La persona mansa, calma y discreta, posicionada del lado de la verdad y de la justicia, sin embargo, está convencido de que la fuerza de la razón y la paciencia son suficientes. Pero el resultado suele ser tomado para la burla o considerado poco convincente.
La apelación de nuestra beatitud se transforma entonces, en un empeño en resistir serena y valientemente frente a la tentación de la violencia.
Precisamente por
esta razón, los "mansos" que las tres religiones monoteístas exaltan
como herederos de la tierra prometida -que es, como dijimos, el Reino de
Dios en su plena implementación- tienen múltiples lineamientos, morales
y espirituales.
Hay quienes ven
en ellos a los no violentos, los oprimidos que no recurren a la fuerza,
los que no eligen la posesión ni la autoafirmación, para no dominar a los
demás.
Algunos los consideran internamente fuertes y, por lo tanto, pacientes, dulces, generosos. En
definitiva, a través de esta multiplicidad de virtudes, en los mansos
descubrimos en filigrana, el rostro del verdadero discípulo de Cristo.
G. Ravasi.
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