Agosto 2015 -
La bolsa de libros de "El mendigo", de ENZO BIANCHI
El Papa Francisco
ha proclamado al 2015 como "el año de la vida religiosa": una elección tal
vez esperada, después del "año de la vida sacerdotal" proclamado por el Papa
Benedicto XVI. El mismo, debería animar un año dedicado a la conciencia del don que
la vida religiosa es para la iglesia, de su valor carismático en la comunidad
cristiana y para toda la humanidad, un tiempo de intercesión ferviente
para que el Señor renueve ésta opción de vida al seguimiento de Jesús.
Pero a pesar de
los mensajes del Papa Francisco a los que viven el seguimiento de Cristo en el
celibato y la vida comunitaria, aunque algunos obispos han pedido un día para
ese "pequeño resto" presente en su iglesia local, ahora el año llega
a su fin y parece que nadie se ha dado cuenta, no sólo en el mundo, sino aún
entre los mismos católicos.
Este hecho me da
una tristeza infinita porque, después de haber yo mismo elegido esta vida en mi
juventud - en respuesta a una llamada del Señor - y de haber vivido en ella
durante cincuenta años, hasta la vejez, me da lástima ahora constatar la
crisis profunda. Una crisis que yo mismo, tratando de leerla con esperanza, la llamé crisis Pascual, pero en realidad, veo hoy con dificultad un horizonte de
renacimiento. Y lo que más me angustia es la indiferencia con la que estamos
viendo esta "disminución", o más bien, desvanecimiento de la misma.
Es significativo
que ni incluso el sínodo que está a punto de celebrarse no haya dicho nada en
el Instrumentum laboris sobre el celibato por el reino de Dios y la forma de
vida que genera en la iglesia: ¿cómo podemos hablar de matrimonio y de familia
cristiana sin una reflexión sobre el anuncio que Jesús hace del celibato por el
reino? Los Padres de la Iglesia - y en esto la ortodoxia sigue siendo fiel intérprete - nunca han
aislado el matrimonio cristiano del celibato porque se iluminan recíprocamente
uno al otro, como lo demuestran las mismas palabras de Jesús en los Evangelios
y la predicación de San Pablo.
Pero ¿que está
pasando en la vida religiosa, ya que ni ella misma vive con convicción este año
que le concierne? Impresionan los silencios, la decepción, la fatiga, la
inercia de muchos que pertenecen a esta vida que parece haber perdido su sabor
y la capacidad de los signos proféticos. Porque hemos pasado no solo de la
abundancia de vocaciones sino de iniciativas y servicios de hace cuarenta años
a la "miseria"? He repetido muchas veces que la actual crisis de la
vida religiosa no es moral - tal vez como nunca antes en los últimos siglos la
gran mayoría de los religiosos son fieles a sus votos profesados - sino de orden
humano.
Y aún más,
paradójicamente, en esta situación de pobreza asistimos al nacer un poco por
todas partes de iniciativas de vida religiosa donde los hombres y las mujeres
salidos de las comunidades donde habían profesado los votos, emprenden caminos
particulares de dos o tres, en una fusión insalubre tan bien ya estigmatizada
por San Benito en el primer capítulo de su gobierno. Una vida consagrada "hecha
a tu medida" cerrada "en sus pliegues y no en los del Señor" (RB
1,8), sustraída a toda autoridad de supervisión externa: energías desperdiciadas
y vidas cruzadas de sufrimientos hacia las cuales a menudo carecen de la
atención y precaución de los obispos que, al aceptar estas
"aventuras", parecen estar preocupados solamente por llenar las
casas e iglesias abandonadas y desiertas.
Además problemas
vitales aparentemente opuestos unen comunidades tradicionales a las nuevas: las primeras disminuyen por la edad y la falta de vocaciones, y sus miembros no
quieren escuchar más preguntas acerca de su futuro, porque durante décadas se
contentan con repetir fórmulas para renovarse basadas en la ilusión y no en la
fe. Por otra parte la vitalidad repentina de muchas formas nuevas a menudo se
contradice con escándalos devastadores en términos humanos antes aún que
religiosos.
Así que la vida
religiosa muere y se la ayuda a morir. Pero que cada uno, asuma sus
responsabilidades, porque en un momento en que las personas son frágiles y las secuelas contradichas, en la que los lazos desvanecen y la pertenencia se
convierte en afectiva en vez de ser comunitaria, es necesario un llamado a la
"fortaleza", a la coherencia, a la perseverancia a los votos, a la
objetividad de una vida en común no sometida a personalismos. Una vida
religiosa que tiene sus raíces en la iglesia local, bajo la supervisión del
obispo o de la autoridad de la congregación, una vida transparente, que sin
buscar de ser admirada, esté presente en el tejido eclesial y social.
Entonces,¿crisis Pascual, o desaparición, muerte lenta en el silencio general? Sin embargo, un
resto seguirá: aun si la vida religiosa se redujese a una cepa, pero que sea
santa, entonces será todavía capaz de ofrecer nuevos brotes.